Cuatrocientos golpes
La aventura cinémana
Primera manifestación pública de su
cinefilia: FrancoisTruffaut decide fundar un cine-club en octubre de 1948, el
Cercle Cinémane [Círculo Cinémano]. A Robert Lachenay le nombra, visto y no
visto, secretario general y administrador: a sus dieciocho años tiene que
responsabilizarse incluso de la tesorería. Truffaut se reserva el título de
director artístico. Lo primero es encontrar una sala. Para ello, logra
convencer al señor Marcellin, propietario del Cluny-Palace, situado en el
boulevard Saint-Germain. El precio del alquiler son cuatro mil francos por
sesión, los domingos por la mañana. Para conseguir copias, Truffaut recurre a
la Cinemateca Francesa. Para la primera sesión, prevista para el domingo 31 de
octubre a las diez y cuarto de la mañana, Henri Langlois accede a prestarle dos
cortometrajes: Entr'acte de Rene Clair y Un perro andaluz [Un Chien andalón} de
Luis Buñuel. El joven intenta conseguir también un largome-traje, Le
Sangd'unpoete de Jean Cocteau, pero se opone a ello la Federación Francesa de
Cine-Clubes, a la que Truffaut se había negado a afiliarse y a pagar el
alquiler de películas. Por su parte, Langlois desea ayudarle, así como otros
cinefilos, a liberarse de esa tutela prestándole gratuitamente sus copias,
cortocircuitando de ese modo la red oficial de cine-clubes. Pero, al no poder
oponerse a la poderosa federación, que está bajo influencia comunista, éste se
ve forzado a renunciar a sus deseos, y niega el préstamo de Le Sang d'un poete
a Truffaut. La sesión inaugural del Cercle Cinémane se anuncia incierta. En el
último instante, Truffaut la retrasa hasta el domingo 14 de noviembre,
albergando aún esperanzas de llegar a convencer a Henri Langlois. Este le avisa
en una carta fechada el 4 de noviembre: «Dado su amor por el cine, permítame
decirle que comete un error al lanzarse, sin ayuda, a una empresa como la que
me expone usted. El litigio que separa a la Cinemateca Francesa de la
Federación Francesa de Cine-Clubes en lo que respecta al préstamo de películas
no es una cuestión de personas o de política, sino sencillamente una
imposibilidad jurídica que obliga a la Cinemateca, a pesar de todo su interés
en seguir siendo un organismo vivo, a contemplar, en calidad de convidada de
piedra, las actividades de los cine-clubes».27 Truffaut no ceja en su empeño y
escribe ajean Cocteau en persona, invitándole a presenciar su película, cuya
copia deberá traer el propio Cocteau. En los alrededores del Cluny-Palace
aparecen unos cuantos cartelitos en las paredes y otros pocos se distribuyen en
los cine-clubes del barrio, anunciando, para esa primera sesión, la proyección
de Le Sang d'un poete «con asistencia del director». Como es obvio, el programa
causa sensación: escuchar a Cocteau se consideraba un gran privilegio. Tras la
proyección de los dos cortometrajes de Rene Clair y Buñuel, el centenar de
espectadores presentes aguardan con impaciencia la llegada de Cocteau. Pero,
enseguida se aperciben del engaño y la sesión está a punto de acabar en motín.
Truffaut y Lachenay consiguen arreglárselas para no devolver íntegramente el
dinero a los espectadores, pero el Cercle Cinémane pierde buena parte de su credibilidad.
La recaudación llega, no obstante, para pagar el alquiler de la sala. Incluso
queda un beneficio de mil francos, y el señor Marcellin consiente en repetir la
experiencia a pesar de las quejas de los espectadores.
Las deudas que Truffaut va acumulando para
poder pagar las sesiones semanales y el alquiler de las películas amenazan el
equilibrio financiero del cine-club. El joven tiene un acuerdo con el jefe del
servicio cinematográfico de Les Eclaireurs de France, el señor Guillard,
compañero de su padre, para alquilar, aplazando el pago, copias a la MGM sin
tener que pasar por la Federación de Cine-Clubes. Les Eclaireurs de France
abonan el precio del alquiler con antelación y Truffaut se compromete a
devolvérselo con la recaudación de las sesiones matinales de los domingos. Ese
mismo sistema es el que utiliza para pagar al señor Marcellin, propietario del
Cluny-Palace. Pero las deudas se acumulan: ocho mil francos después de la
segunda sesión del domingo 21 de noviembre dedicada a Barreaux blancs, y siete
mil quinientos francos después de la del 28 de noviembre, con el Ben-Hur de
Fred Niblo... Truffaut se ve obligado a buscar soluciones para poder hacer
frente a todos los pagos. Pero las circunstancias juegan en contra suya. Desde
finales de junio, es decir, cinco meses antes, ya no trabaja en la empresa
Simpére, se había despedido de ella harto de un trabajo duro, tedioso y
repetitivo, con doce mil francos de indemnización en el bolsillo, que le habían
permitido iniciar la financiación de su cine-club. Desde entonces, trabaja en
una librería-papelería que está cerca de la Comédie-Francaise, La Paix chez
soi, en la que gana menos dinero. No informa de su nueva situación a sus
padres, que le suponen trabajando en Simpére, dado que Francois continúa
enviándoles una parte de su sueldo junto con recibos de nómina falsos que
llevan en el encabezamiento el nombre de la empresa Simpére. Janine y Roland
Truffaut ignoran que ese
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Cuatrocientos golpes 61
dinero procede de préstamos, y que Francois
había sustraído los recibos antes de abandonar la empresa. Para ellos, a pesar
de lo que consideran como una pasión desorbitada por el cine, Francois sigue su
camino sin demasiados problemas. Lo cual está lejos de la realidad, como lo
demuestra un episodio que tiene lugar a mediados de septiembre: una máquina de
escribir desaparece misteriosamente de la oficina de Roland Truffaut, en Les
Eclaireurs de France, ubicada en la Rué de la Chaussée-d'Antin. El autor del
hurto es Francois, que se apodera de ella una tarde mientras Robert espía las
idas y venidas del vigilante nocturno. La máquina es vendida dos días después
ajacques Enfer,28 un amigo cinefilo mayor que ellos, por la suma de cuatro mil
francos, lo que sirve para financiar, en parte, las primeras sesiones del
Cercle Cinémane. A pesar de haber vendido algunos libros, de haber pedido
dinero prestado al librero de La Paix chez soi y a la señora Bigey, la abuela
de Robert, Truffaut no logra, desgraciadamente, cancelar sus deudas.
La sesión del domingo 28 de noviembre en la
que Truffaut y Lachenay proyectan Ben-Hur de Fred Niblo es un fracaso. Truffaut
se ve obligado a confesárselo al propietario del Cluny, justificándolo con una
competencia demasiado fuerte de los otros cine-clubes. En efecto, ese mismo día
y a la misma hora, el cine-club Travail et Culture, una asociación de
militan-tismo cultural, está en plena sesión. Animado por André Bazin, a ese
cine-club siempre acuden espectadores en todas las sesiones a escuchar al
brillante crítico y pedagogo. Truffaut, que no se amedrenta ante nada, decide
ir a ver a Bazin con la intención de convencerle para que cambie las fechas y
las sesiones.
El martes 30 de noviembre de 1948, se
dirige a la sede de la asociación Travail et Culture, ubicada en la Rué des
Beaux-Arts, del barrio de Saint-Germain-des-Prés, y sube al segundo piso. Allí,
pide ver a André Bazin. Por supuesto, Truffaut ignora hasta qué punto esta
entrevista va a ser decisiva en su vida. Comprensivo, de una generosidad
espontánea, Bazin hace gala de toda su simpatía ante el fogoso y cinefilo
joven. El hombre que conoce Truffaut en aquel humilde despachito de Travail et
Culture tiene treinta años. Delgado, ligeramente encorvado, de mirada
chispeante, Bazin es por aquel entonces el banderín de enganche de los jóvenes
críticos.29 Sus artículos en Le Parisién liberé le otorgan una notoriedad que
va más allá incluso del círculo de cinefilos, por lo que ese despacho en el que
redacta cada día sus apuntes sobre las películas que presenta en distintos
cine-clubes es un lugar de paso muy frecuentado. Para Truffaut, ese lugar se
convertirá en una nueva escuela de cine, donde se encuentra, al azar de sus
idas y venidas, con Alain Resnais, miembro activo del cine-club de la Maison
des Lettres, Remo Forlani, o Chris Marker, el joven director de la revista Doc,
editada por la asociación Peuple et Culture, Alexandre Astruc, autor de una
primera novela que no pasa desapercibida, publicada por Gallimard en 1945, Les
tacanees, cronista habitual de Les Temps modernes, pero con la mirada puesta ya
en el cine. Allí trabaja también Janine Kirsch, futura esposa de André Bazin y
ayudante de Jeanne Mathieu, que se encarga de la sección de teatro en el seno
de la organización. Bazin se entrega a fondo al militantismo cultural hasta que
su salud acaba resintiéndose. Responsable de la sección cinematográfica de
Travail et Culture, contribuye a la apertura de cine-clubes en colegios o en
algunas grandes fábricas de París y del cercano extrarradio. Católico, también
colabora en la revista Esprit, de Emmanuel Mounier. El cine es para él la llave
maestra de la nueva educación dirigida a los hombres que están reponiéndose de
las desgracias de la guerra. El «derecho de acceso a la cultura en igualdad»,
que figura en los estatutos de Travail et Culture, y la educación popular,
están en el corazón de muchos proyectos militantes tras la Liberación —de ahí
que Bazin conceda en esos momentos tanta importancia al cine—, y también ese
mesianismo que tanto sus amigos como sus adversarios reconocen en André Bazin.
Por el pescuezo
Apenas sale del despacho de Travail et
Culture, Truffaut tiene que volver a poner los pies en el suelo, pues sus
deudas no se han evaporado. Dos días más tarde, el señor Guillard, jefe de la
sección cinematográfica de Les Eclaireurs de France, se queja a su compañero
Roland Truffaut. Cuando éste se entera de que su hijo debe la suma de siete mil
ochocientos cincuenta francos se queda estupefacto. El 2 de diciembre por la
noche, Roland espera a Francois en el domicilio familiar para pedirle
explicaciones. La discusión es violenta. Roland obliga a su hijo a confesarle
todo. Al final, propone a su hijo hacer borrón y cuenta nueva si éste abandona
definitivamente sus ruinosas actividades con el Cercle Cinémane y vuelve al
camino recto con un trabajo fijo, con una situación
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Cuatrocientos golpes 63
estable y le obliga a detallar por escrito,
con pelos y señales, cada una de sus faltas y de sus deudas: «Declaro bajo
juramento que todo lo que sigue es cierto. Dejé mi empleo en Simpére hace cinco
meses habiendo presentado, mediante falsificaciones, recibos de nómina y
salario. He vendido libros a la librería-papelería La Paix chez soi. He robado
una máquina de escribir de los locales de Les Eclaireurs de France y se la he
revendido a Jacques Enfer en septiembre de 1948 por cuatro mil francos. Debo al
señor Prévost ochocientos cincuenta y cinco francos; a la señora Bigey, diez
mil quinientos francos; al señor Marcellin, dos mil quinientos francos; al
señor Guillard, siete mil ochocientos cincuenta francos; a La Paix chez soi,
dos mil quinientos francos; a Chenille, doscientos cincuenta francos; a
Geneviéve, ciento cincuenta francos».30 Humillado y derrotado, el adolescente
firma el doloroso reconocimiento de deudas y Roland Truffaut paga uno por uno a
todos los acreedores la suma total de veinticuatro mil seiscientos cinco
francos, equivalente entonces a algo más de un mes de su salario,
aproximadamente.
Por obligación (las películas ya están
reservadas y la publicidad en la calle), por inconsciencia o por afán de
provocación, el adolescente programa tres nuevas sesiones del Cercle Cinémane
en el Cluny-Palace: La Cindadela [The Citade¡\, de King Vidor, para el 5 de
diciembre; Hombres intrépidos [The Long Voyage Home], de John Ford, para el 8;
y para el 11, una de sus películas preferidas: El cuarto mandamiento, de Orson
Welles. Como colofón a la última sesión, Francois pone un anuncio en
L'Ecranfrant¡ais, en el que anuncia que «los periodistas y los alumnos del
Idhec están cordial-mente invitados». El propio Francois, acompañado por
Lachenay, se dirige a la sede de la MGM para recoger las películas de Vidor y
de Ford, con la promesa de regresar al día siguiente con los cinco mil francos
correspondientes al alquiler de la primera de ellas. Con sesenta espectadores
habría bastado para pagar los gastos, pero aquel domingo 5 de diciembre sólo
hay unos veinte. Al llegar el martes y no haber pagado, la MGM avisa al señor
Guillard, que transmite la queja a Roland Truffaut. Harto de todo, éste decide
cortar el asunto por lo sano.
La noche del 7 de diciembre, el adolescente
está ilocalizable. Pero Roland sabe dónde encontrarle: al día siguiente a las
cinco y media de la tarde, en el Cluny-Palace, justo antes de la sesión
dedicada a John Ford. En el vestíbulo, mientras Francois está con unos amigos
entre los cuales se encuentra Robert Lachenay, Roland Truffaut «le cae encima
agarrándole del cuello de la camisa para llevárselo, sin olvidarse de decirnos
que tardaríamos mucho tiempo en volver a vernos y en poder volver a hacer
nuestras payasadas»,31 recuerda Robert, que asiste a la escena con lágrimas en
los ojos. El padre se lleva al hijo, que está como ausente, de vuelta a casa.
Janine deja las manos libres a su marido. Hace mucho que el porvenir de su hijo
le trae sin cuidado, sólo lo ve en ciertas ocasiones, cuando va a comer con
ellos, y sus visitas suelen estar salpicadas por violentas discusiones. Las
palabras suben de tono y, hacia las nueve de la noche, Roland Truffaut lleva a
Francois a la comisaría más próxima, la de la Rué Ballu. Allí, apoyando su
demanda en la carta-confesión firmada por Francois pocos días antes, su padre
solicita que sea internado en un centro de reclusión para jóvenes delincuentes.
Los policías toman nota de su denuncia y se dan por enterados del documento que
da fe de las distintas mentiras, robos y deudas del adolescente. Una vez
cumplimentada la solicitud, Roland Truffaut abandona solo la comisaría, dejando
a su hijo en buenas manos. Francois pasa allí la noche, es trasladado de la
celda principal a otra más pequeña, individual, con el fin de hacer sitio a
tres prostitutas en situación irregular. En el trayecto, divisa a lo lejos a su
amigo Robert, que está intentando defenderle en vano. Ahora deberá esperar la
confirmación de su detención por el juez de distrito. Truffaut aguarda
pacientemente durante un día entero en su celda; luego pasará una noche más
durmiendo sobre un jergón: treinta y dos horas en una comisaría pequeña, a
doscientos metros del domicilio paterno, hasta el amanecer del 10 de diciembre,
cuando, junto con otros cuatro presos, es trasladado en coche celular a los
calabozos de la Cité, en la prefectura de policía de París. Después de haber
sufrido los humillantes rituales propios de toda detención —ficha policial,
fotografías, huellas dactilares y registro—, el adolescente pasa dos días más a
la espera de que se tome una decisión sobre su destino. El sábado a última hora
de la tarde Francois es trasladado al centro de observación de menores de París
de Villejuif, en la Avenue de la République, a dos pasos de la porte d'Italie.
Allí, le someten a más vejaciones: depósito de su ropa de civil en el registro
del centro, entrega de un uniforme, asignación de un dormitorio, los primeros
golpes que le propina uno de los guardias con una regla... Francois Truffaut
descubre la ley «paternocrática» del Código Civil francés, cuyos artículos 375
y 377 estipulan que: «El padre que tenga motivos de descontento muy graves
acerca de la conducta de un hijo, dispondrá de la siguiente facultad
correctiva: [...] Desde los dieciséis años
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Cuatrocientos golpes 65
cumplidos hasta la mayoría de edad o la
emancipación, el padre podrá requerir la detención de su hijo por un máximo de
seis meses».
Delincuente juvenil
Apenas es encerrado en Villejuif, Francois
Truffaut recibe autorización para escribir a sus padres, a sabiendas de que las
cartas enviadas o recibidas serán abiertas y leídas por el censor. Su primera
carta («Queridos papá y mamá») la escribe sin odio ni emoción; es puramente
práctica. Sólo pide a sus padres algo de mermelada y sus apuntes sobre Charlie
Chaplin y Orson Welles. Roland y Janine no entienden esa «falta, totalmente
cínica, de nostalgia y de remordimiento»32 e interpretan su frialdad como un
nuevo desafío, por lo que no efectuarán ninguna visita a Villefuif hasta
pasados dos meses.
El centro de observación de menores es un
enorme caserón resguardado del exterior por unos muros grisáceos muy altos.
Posee un patio bastante amplio, triste y gris, para las tablas de gimnasia,
casi militares, que hacen los adolescentes bajo el mando de los educadores.
Tiene aulas, un comedor y un dormitorio; lugares estrechamente vigilados en
donde los castigos corporales y las humillaciones morales están a la orden del
día. El adolescente conservará en su memoria una Navidad patética: «aquella
noche me dieron cuatro o cinco barquillos, una onza de chocolate, una mandarina
y algún que otro golpecito»,33 escribe a su madre. Luego, desde enero hasta
primeros de marzo de 1949, Francois Truffaut pasará la mayor parte del tiempo
en régimen de aislamiento. Así, celebrará su diecisiete cumpleaños encerrado en
una celda del 5 al 8 de febrero por haber intentado evadirse y por «proferir
insultos graves a un educador», no pudiendo, ni tan siquiera, recibir la
primera visita de su madre. Poco después es enviado a la enfermería al haber
detectado los médicos unos gérmenes de sífilis en su sangre, a los pocos días
de su llegada a Villejuif. Tal vez habría que buscar las causas de la infección
en las frecuentes visitas de Francois al burdel de la Rué de Navarin o en la
promiscuidad de sus relaciones sexuales. Al terminar la guerra, la sífilis
minaba la salud de la gente con sus chancros y podía llevar, en casos extremos,
a la parálisis y a la muerte —«la Parca que roe con su diente maldito»,
escribía Baudelaire—, pero ahora es una enfermedad relativamente común. Se cura
mejor desde principios de los años cuarenta, gracias a la penicilina. El 11 de
enero, Truffaut ingresa en la enfermería para un primer interna-miento de una
semana. Programa: siete inyecciones diarias, cada tres horas, a partir de las
seis de la mañana. Después, otros dos días más, a finales de enero y luego del
28 de febrero al 5 de marzo, hasta tal punto que el enfermo llegará a
considerar la inyección como la manera de medir el tiempo: «En seis días, me
han pinchado treinta y ocho veces, y espero recibir Palabras de Jacques Prévert
antes de las otras treinta y ocho que ya me han anunciado para dentro de poco.
Con libros, la cosa se hace más llevadera»,34 escribe a su madre el 8 de marzo.
Tratado como delincuente, enfermo y cosido
a pinchazos, Francois escribe una decena de cartas a sus padres en tres meses,
para pedirles unas gafas o para quejarse del frío, pero sobre todo les pide
libros, noticias de sus amigos, todo lo que pueda ayudarle a soportar la
soledad y las vejaciones. «Leo, duermo, como, vivo en suma, por tramos de tres
horas entre inyección e inyección en el vientre, porque la enfermera ha
transformado mis augustas posaderas en doloridos coladores»,35 escribe a su
madre el 28 de febrero. Pero ya no le queda otra cosa que compartir con sus
padres que no sea una vida estrictamente material hecha de trueques, préstamos
y favores. Se encuentra bajo de moral, parece resignado y amargado, como lo
muestra esta nota melancólica escrita al día siguiente de su cumpleaños: «Lo
único que puedo hacer es dejar pasar el tiempo, unos cuatro o cinco meses en el
Centro, antes de que me envíen a una granja o a un centro de formación
profesional hasta los dieciocho años o, si no volvéis a admitirme en casa a los
dieciocho años y no quiero alistarme en el ejército, hasta los veintiún
años».36
Sin embargo, gracias a la complicidad de la
psicóloga del establecimiento penitenciario, la señorita Rikkers, Truffaut
puede escribir con mayor libertad a su amigo Lachenay. Entonces el tono cambia,
es menos sumiso, más tenso, a veces se vuelve furioso contra la represión y la
incomprensión. A mediados de enero de 1949, Francois envía a Robert una
verdadera carta de despedida, trágica y novelesca al mismo tiempo, que firma
como «Francois Jean Vigo»: «También pienso enjean Vigo, con quien me comparabas
cuando tosía demasiado o cuando llegaba sin aliento después de haber subido a
duras penas los cinco pisos de tu casa; si tengo o llego a tener varios puntos
en común con Jean Vigo, moriré, de eso estoy seguro, sin tiempo para hacer un
^éro de conduite. También me
67
Cuatrocientos golpes 67
acuerdo de Raymond Radiguet, pero sé muy
bien que no tendré tiempo ni de vivir ni de escribir El diablo en el cuerpo».37
Y terminaba con un patético «sé que voy a morir». En lo más hondo de su
desesperanza, Truffaut se aferra a los libros, a las novelas, a las revistas o
a los magazines, que le envían su madre, Lachenay, su amigo Claude Thibaudat, o
un tal Chenille, antiguo compañero de clase cuyos padres tienen una papelería
cerca de la Rué de Navarin.
Entretanto, a principios de febrero, llega
el momento del juicio. El asunto se complica porque, según avanzan los
interrogatorios, Francois va confesando una serie de robos y de deudas que no
constaban en su anterior declaración. Por su parte, Roland Truffaut cancela la
mayor parte de las deudas de su hijo, sacrificando una parte de los ahorros que
pensaba destinar a una expedición al Kilimanjaro que tiene el proyecto de
llevar a cabo en un futuro próximo. Por todos los medios, Roland intenta
disuadir a los acreedores de reclamar lo que se les adeuda o de poner una
denuncia: «Mi hijo está a disposición de la justicia desde el 8 de diciembre y
yo ignoro por completo todo lo concerniente a sus facturas», escribe por
ejemplo a L'Ecran franjáis, que le exige el pago de los anuncios encargados por
Francois. «Me permito prevenirle contra ese quimérico Cercle Cinémane, fundado
a mis espaldas y le quedaría muy agradecido, igualmente, si anulara usted
cualquier encargo o demanda de servicios que pudiera proceder de esa
denominación. Entiendo que debo volver a prevenirle de que, tras la detención
de mi hijo, alguien haya podido utilizar la citada denominación para encargarle
algún anuncio.» Pero aunque su compañero de trabajo en Les Eclaireurs de
France, Guillard, no denuncia a Francois, todavía queda una espina clavada en
su sumario: el proceso instruido tras la denuncia del señor Delatronchette, a
propósito del robo de la máquina de escribir. A este respecto, se designa un
abogado, Maurice Bertrand, y Francois confiesa. El juez del tribunal del noveno
distrito deberá dictar ahora sentencia sobre las deudas reconocidas pero ya
canceladas por el padre y sobre los robos confesados por el hijo. Pero el juez
será indulgente: Roland Truffaut es condenado a pagar una multa de doce mil
francos como responsable de su hijo, el cual deberá ser enviado a un hogar de
acogida en cuanto salga de Villejuif, hasta que cumpla la mayoría de edad o
consiga su emancipación, con la posibilidad de trabajar a tiempo parcial en el
exterior si alguien le ofrece un empleo.
En su encierro, Truffaut halla algún
consuelo. Como es culto, incluso afectuoso si se lo propone, algunas de las
personas que trabajan en la institución penal y en el estamento judicial se
toman interés por él. Raymond Clarys, director del centro de observación de
Villejuif, se encariña con el muchacho a pesar de sus despropósitos y le lleva
con regularidad periódicos o revistas de cine. Pero la que más le ayuda es la
señorita Rikkers, la «spychologue»* como la llamará Antoine Doinel en Los
cuatrocientos golpes. La psicóloga se reúne con Francois en numerosas ocasiones
para conversar largo y tendido. Su papel será esencial para aliviar el peso del
sumario, que al poco tiempo no tendrá nada que ver con la descripción inicial:
del «inestable psicomotor de tendencias perversas», se pasa al minucioso
retrato de un joven que «detrás de sus reiteradas mentiras» oculta una
situación familiar calificada de «traumática» por la psicóloga.38 Esta se
encariñará con él hasta el punto de llegar a entrevistarse con sus padres o sus
amigos, como Lachenay, para acelerar su puesta en libertad. En marzo de 1949,
se pone también en contacto con André Bazin, solicitándole que intervenga en
favor del joven. El crítico, que apenas conoce a Francois, acude a una cita a
casa de la señorita Rikkers, que vive en París, en la Rué du Pot-de-Fer. Bazin
no sólo se ofrece como fiador del joven, sino que se compromete a buscarle un
empleo en el seno de la asociación Travail et Culture. La psicóloga acepta,
igualmente, tutelar a Francois una vez que haya quedado en libertad. Ante tales
avales, el juez, tres meses antes de que concluya el periodo de reclusión,
decide enviar a Francois Truffaut a un hogar religioso de Versalles. El 18 de
marzo de 1949, el joven de diecisiete años ya se encuentra en régimen de
semilibertad.
No miro durante mucho rato al cielo
En la mañana del 18 de marzo de 1949,
Francois Truffaut es conducido al hogar Guynemer, situado en la Rué Sainte-Sophie,
en Versalles. Se trata de un internado religioso dependiente de la asociación
familiar del departamento de Seine-et-Oise en donde reina un régimen severo
pero menos opresivo que en el centro de observación de Villejuif. Las hermanas
de la parroquia de Notre-Dame hacen el mismo trabajo que los educadores de
Villejuif pero dispensan un mejor trato a los internos, aunque
* «Sfychologue» es una creación de Francois
Truffaut, en la que se mezclan spy ('espía') y psychologue ('psicóloga'). (N.
del 1".)
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Cuatrocientos golpes 69
el dormitorio, los controles de presencia,
los estrictos horarios y el rezo antes de cada comida, no dejarán en el joven
un grato recuerdo.
Psicológicamente Francois está todavía
marcado por las duras pruebas por las que ha pasado. Da testimonio de ello la
redacción que hace a petición del profesor de Lengua de un colegio masculino
situado en el boule-vard de la Reine, en Versalles, al que acude a clase. El
tema es: «Cuenta la aventura más bonita o la más triste de tu vida». Truffaut
la aborda de modo existencia!: su propia vida es la que se ha convertido en una
«triste aventura». Truffaut expresa su decepción en un lenguaje sencillo,
lógico, sin adornos, desnudo como el muro de una prisión: «Mi vida, o más bien
mi trozo de vida, ha sido, hasta hoy, de lo más banal. Nací el 6 de febrero de
1932 y hoy estamos a 21 de marzo de 1949, por lo que tengo diecisiete años, un
mes y quince días. He comido casi todos los días, he dormido casi todas las noches,
creo que he trabajado demasiado, no he tenido demasiadas satisfacciones ni
alegrías. Mis Navidades y mis cumpleaños han sido todos grises y
decepcionantes. Tanto la guerra como los estúpidos que la hicieron me son
indiferentes. Me gustan las artes y el cine en particular; considero el trabajo
como una necesidad, igual que la expulsión de los excrementos y estoy
convencido de que quien siente aprecio por el trabajo es que no sabe vivir. No
me gustan las aventuras y las he evitado. Tres películas al día, tres libros a
la semana, unos discos de buena música bastarían para hacerme feliz hasta la
muerte, que llegará un día no lejano y a la que, egoístamente, temo. Mis padres
sólo son para mí unos seres humanos a los que el destino convirtió en mi padre
y en mi madre; por lo que no son para mí más que unos extraños. No creo en la
amistad, tampoco creo en la paz. Intento vivir tranquilo, al margen de todo lo
que arma demasiado jaleo. La política me parece sólo una floreciente industria
y los políticos unos golfos inteligentes. Esa es toda mi aventura. No es ni
alegre ni triste, es mi vida. No miro durante mucho rato al cielo, porque
cuando vuelvo la vista al suelo, el mundo me parece horrible».39
Sin embargo, Francois Truffaut está
resuelto a luchar y a salir de la situación en la que se encuentra. Procura
adaptarse a una vida escolar vigilada, pero su rebeldía pronto acaba saliendo a
la superficie. A principios de agosto, le castigan por haber «organizado un
alboroto y haber arrastrado con él a tres compañeros más jóvenes». Cristales
rotos, profesores insultados... El 13 de septiembre de 1949, el director del
hogar escribe a Roland Truffaut para decirle que su hijo «ejerce una influencia
nefasta sobre los demás» y que por ello se ve obligado a expulsarlo.40 Roland
Truffaut firma el 17 de septiembre un cheque de diecinueve mil ochocientos
sesenta francos por los destrozos, las deudas acumuladas y la pensión del
hogar. ¡La conquista del Kilimanjaro se aplaza de nuevo!
En medio de una gran tensión, su regreso a
casa va a precipitar la ruptura con su madre. Franfois la responsabiliza
directamente de todos sus males, mientras alaba, por el contrario, la
comprensión y la confianza de Roland. Es cierto que Janine Truffaut iba pocas
veces a verle a Villejuif o a Versalles y que no se quedaba con él mucho rato,
haciéndole ver así que se trataba de visitas puramente formales, pero Roland
nunca fue a verle. Toda la paradoja familiar está ahí, con los papeles
simbólicos cambiados: el descubrimiento de su verdadera filiación, en vez de
alejarle de un padre de recambio, acerca al joven Truffaut a un hombre que en
el fondo le parece bueno aunque débil, si bien, él achaca esa debilidad a que
Roland está demasiado enamorado de su mujer. Y es a esa madre, odiada desde ese
momento, a la que guarda rencor. Franfois se confía a Roland, de manera íntima,
cuando le escribe el 2 de abril de 1949: «Querido papá, si te cuento mis
problemas es porque, al contrario de lo que piensas, sólo confío en ti. El
descubrimiento de mi filiación no me alejó de ti, como tú crees. Me alejó de
mamá y me acercó a ti. En efecto, antes de saber la verdad, yo sospechaba que
había algo de irregular en mi situación familiar y pensaba incluso que si tú no
eras mi verdadero padre, mamá tampoco era mi verdadera madre. Hace mucho tiempo
que lo pensaba porque tu comportamiento y el de mamá me confirmaban esa
impresión. Por eso, sentí pánico cuando supe que era al revés. Pero,
moralmente, tú eres un verdadero padre y mamá una madrastra. No lo es en
realidad, es cierto, pero tampoco es una madre... En mi nueva vida, quiero
hacer de ti mi confidente y contarte todos mis problemas».41
Roland Truffaut no puede evitar enseñarle
la carta a su mujer. Francois se siente traicionado. Su estrategia de división
acrecienta la hostilidad de Janine. Esta decide contraatacar tocando su fibra
más sensible: la culpa la tiene Robert Lachenay, el «genio maligno» que ha
llevado a su hijo por el mal camino de los novillos, de la irresponsabilidad
financiera, del desenfreno, en suma. En efecto, Janine mantiene que Robert no
sólo había llevado a Francois a los burdeles sino que, por iniciativa suya, los
dos chicos habrían mantenido supuestamente relaciones homosexuales, «algo que,
sin lugar a dudas, quedaría demostrado de llevarse a cabo un análisisis médico
y una
Cuatrocientos golpes 71
investigación del germen de la sífilis»,42
le escribe malévolamente. Profundamente ofendido por esa acusación, Francois se
defiende como puede, aboga por su plena conciencia y su madurez y luego replica
con el contraanálisis médico: «Pienso adelantar la investigación médica»,
escribe a sus padres el 27 de marzo de 1949, «solicitando expresamente a la señorita
Rikkers que le hagan un reconocimiento médico a Robert Lachenay, a fin de
eliminar cualquier sombra de duda acerca de esta cuestión. Respecto a Robert,
tengo que deciros, por otra parte, que tenéis una imagen falsa de él. Es un
muchacho mucho más escrupuloso que yo, que no habría sido capaz de hacer ni la
mitad de las cosas que yo he hecho. Además, ha sido un verdadero amigo, porque
no dudó en vender, por el cine-club y por mis deudas, una colección
encuadernada de la obra completa de Buffon y muchos otros libros más».43 Este
intercambio de golpes que transluce una sospecha de traición, de odio y unas
acusaciones calumniosas, provocan una ruptura casi definitiva entre Francois y
sus padres. El joven anhela lograr ya su libertad completa. Y la consigue un
año más tarde, el 10 de marzo de 1950, un mes después de su dieciocho
cumpleaños. Roland Truffaut firma una declaración concediéndole la
emancipación.44 Liberado de la tutela paterna, Francois es libre. Pero esa
libertad ha sido edificada sobre un trauma familiar que le marcará para
siempre, dejando entrever, a veces de modo violento, sus consecuencias en el
futuro.
Sin dinero, sin ropa y con los zapatos
«sistemáticamente agujereados», su libertad es bastante relativa. Vive en un
internado, en Versalles. Pero los jueves y los domingos puede coger prestada la
bicicleta del jardinero del hogar y llegar a París en una hora: «Hacía bueno y
yo iba como un loco», escribe en abril de 1949 a Lachenay. «He ido a ver a
Madame Duminy y a Claude Thibaudat a la Rué des Martyrs. A medida que me
acercaba a la casa, que no había vuelto a ver desde hacía cuatro meses, me
imaginaba una fría acogida y algunos reproches, por eso, al llegar a la Place
Pigaüe, seguí recto por los bulevares y se me ocurrió ir a ver a un amigo ayudante
de dirección que vive en La Chapelle. A instancias de su madre me quedé a comer
con ellos y por la tarde dejé la bici en su casa y nos fuimos a la Rué des
Beaux-Arts a ver a Bazin a Travail et Culture. Me ayudó a redactar una carta
para Jacques Becker. Ya he empezado a buscar trabajo. Por su parte, la señorita
Rikkers, la psicóloga con quien me reúno en su casa todos los domingos, también
está ocupándose de ello.»45 París ya es suyo otra vez... La pequeña soáedad
ánéfila
Aprovechando sus momentos de libertad,
Francois Truffaut reanuda su relación con el cine. En Versalles, ayuda al abad
Yves Renaud, profesor de Lengua, cinefilo y amigo de André Bazin, a
confeccionar el programa del cine-club del externado. Por su parte, Bazin no
olvida la promesa de buscar un trabajo a su joven protegido. Este se convierte
en su «secretario particular» en Travail et Culture; es un trabajo poco
remunerado, unos tres mil francos al mes, pero que ayuda a convencer al juez
para autorizar a Francois a que lleve una vida independiente en París. Para
vivir plenamente «su nueva vida», lo primero es buscar una habitación donde
alojarse. Ya ha sufrido bastante en Villejuif y en Versalles como para pensar
en regresar allí; «prefiere vivir con doscientos francos al día, apretándose el
cinturón»,46 como escribe a su padre. Roland le advierte muy en serio de que, a
la mínima deuda o a la mínima queja, «le meterá entre rejas, sin remordimiento
alguno»,47 pero consiente en hacer un último esfuerzo. A partir del 16 de
septiembre de 1949, le alquila una habitación en el quinto piso de un edificio
situado en la Rué des Martyrs por mil quinientos francos mensuales.
Gracias a André Bazin, Francois acude con
asiduidad al cine-club Objectif 49, punto de encuentro de artistas, escritores,
estudiantes y críticos parisienses. Fundado por los paladines de la nouvelk
critique, es decir, Bazin, Astruc, Kast, Doniol-Valcroce, Bourgeois, Tacchella
y Claude Mauriac, que se benefician del padrinazgo de cineastas y escritores
como Jean Cocteau, Robert Bresson, Rene Clément, Jean Grémillon, Raymond
Quéneau y Roger Leenhardt, Objectif49 sólo proyecta películas inéditas para sus
socios. Club bastante cerrado (esos «snobs»48 a los que denuncia el cineasta
comunista Louis Daquin en L'Ecran franjáis), pero muy influyente, Objectif 49
es presentado con ocasión de un gran estreno de Les Parents terribles de Jean
Cocteau, en el cine-estudio de los Campos Elíseos. Cocteau aporta un aval tan
literario como prestigioso y desempeña un papel fundamental para aunar
voluntades e iniciativas. Allí, en los locales de Objectif 49, es donde
Truffaut se cruza por vez primera con Jean Cocteau.